Ofrecen servicios sexuales para mantener un elevado tren de vida y lo hacen sin remordimientos. Son estudiantes que han elegido libremente llevar una doble vida. Una decisión que puede marcarlas irremediablemente.
Recibe 40 llamadas telefónicas al día, de lunes a viernes. De ellas, dos culminan en citas que acaban entre sus sábanas. Encuentros de media hora por los que cobra 70 euros. Dice que sabe lo que hace. Le gusta y, además, que le permite llevar una vida independiente. Hablamos de una prostituta madrileña que cumplió 18 años en julio del año pasado. Fue en ese momento cuando decidió hacerse puta. Y no le molesta el calificativo: “Es lo que soy”, afirma. Dos meses después de introducirse en este furtivo mundo comenzó su carrera universitaria. Prefiere no especificar cuál, pero apunta que de la rama de Derecho. Desde entonces lleva una doble vida. Esta joven atiende en la Red al nombre de Diana Le Blanc: “Universitaria. Tengo 18 añitos y recibo en mi piso privado de Diego de León (Madrid)… Ven a conocerme y seguro que repites”, reclama en una página de anuncios.
Diana afirma que más que para pagarse los estudios “es para vivir bien”. “Con el plan Bolonia –añade– o estudias o trabajas. Las clases son presenciales y si me meto en un supermercado o en una tienda de ropa, tendría que faltar. Además, trabajaría ocho horas por 900 euros al mes. Con el sexo gano 1.200 en menos de dos semanas y así soy mi propia jefa. No me compensa otra cosa. Me saco en medio mes lo que me cuesta un año de carrera”.
Su aspecto no denota opulencia ni, por supuesto, que se dedica a la prostitución. Viste jeans y camiseta oscura ancha. Desprende un perfume agradable. “Escada. Por supuesto no la utilizo con los hombres. No hay que dejar rastros”, confía mientras sorbe un café con leche en una cafetería cercana a su centro de encuentros.
Un plazo establecido
Piensa dedicarse al oficio más antiguo del mundo dos años más. Lo tiene claro, o eso dice: “En tercero de carrera me iré de Erasmus. En cuarto voy a vivir del cuento con los ahorros de todo este tiempo”.
Silvia Silvido, como se hace llamar en la Red y en las películas pornográficas que protagoniza, también se pone plazo para dejar ambas cosas: tres años. Para entonces ya tendrá 30 y esta psicopedagoga habrá terminado su formación universitaria en Filología Inglesa; incluso habrá finiquitado la hipoteca de su casa en Las Rozas, por la que paga 1.800 euros al mes.
Su silueta extremadamente delgada y alta y su pelo rubio platino son sus principales reclamos, además de la palabra “universitaria”. “Muchas la utilizan para conseguir más clientes”, explica. Basta con realizar varias llamadas para comprobarlo.
Silvia lleva siete años ofreciendo su cuerpo en grado escort –alta categoría–. “Esto me permite una formación que no podría tener con otro trabajo normal: viajar por el mundo, estudiar idiomas y acudir a las clases de la universidad. Quien diga que es para pagarse la carrera es mentira. Da para mucho más”. Silvia maneja cuatro idiomas: inglés, francés, alemán e italiano.
La parte ciega
Los especialistas en psicología y las mujeres que han pasado por este mundo muestran aquello de lo que no hablan estas profesionales del sexo. “Es la cultura del mínimo esfuerzo, lo que los padres hemos inculcado a nuestros hijos”, opina Mara Cuadrado, psicóloga clínica especialista en adolescentes. En los dos últimos años ha atendido a tres jóvenes (dos de ellas, menores) que voluntariamente ejercían la prostitución de alto standing esporádicamente. “El único móvil es tener dinero y para conseguirlo no les importaba tener sexo con desconocidos. Les permite vivir por encima de las posibilidades de cualquier chica de su edad, con lo que ello conlleva: liderazgo, ir a la moda con ropa cara, tener tecnología puntera…”. Para esta especialista, el problema reside en que no se dan cuenta de dónde se están metiendo ni los problemas que puede conllevar. “A veces la causa es la comodidad. Hay jóvenes que prefieren dedicarse a la prostitución antes que trabajar en una cocina o en limpieza. En el ámbito universitario, muy tecnificado, internet puede jugar un papel facilitador”, considera Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid.
Tren de vida adictivo
Según describen los especialistas, el perfil de joven que contempla este oficio como fuente de ingresos es el de chicas que quieren encontrar sensaciones distintas y nuevas, les gusta el riesgo, el lujo y destacar por encima de las de su edad. Lo complicado es salir de ese mundo y bajarse de ese tren de vida. En la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituida (Apramp) y la Asociación de Mujeres de la Noche Buscando el Día (Amunod) comparten esta opinión. Una de las responsables de Apramp explica que han atendido pocos casos de universitarias que se dedicasen a la prostitución. Las que atendían a este perfil “nos pedían atención psicológica porque se sentían vacías y no encontraban el sentido de por qué seguían haciéndolo”.
Mónica Galdós, mediadora laboral de la asociación Amunod, apunta, por su experiencia, que es muy posible que algunas no salgan de ello. “El alto standing tiene una franja de edad. A partir de los 30 bajas la categoría. Muchas acaban en una whiskería si no salen a tiempo, o en casas de citas, o en las calles. Tenemos casos como estos”.
María (nombre ficticio) fue prostituta de forma voluntaria durante 20 años. Lo dejó hace seis y ahora ha vuelto a caer después de que la despidieran de un trabajo “normal”. “Ponerse un plazo con esto es imposible. Quieres comprarte muchas cosas. Al final, es una enfermedad. Estás enganchada y hay que añadirle que es muy fácil pasar al mundo de las drogas porque los clientes te incitan a que lo hagas”, relata. Pero tanto Silvia como Diana niegan que hayan entrado en ese círculo. “Para hacer este trabajo hay que saber fingir y engañar. Igual que haces creer al cliente que estás llegando al clímax, simulas que te estás metiendo una raya”, coinciden las dos.
¿Y cómo se entra? “Todo comenzó en juego de rol de internet con 15 años –cuenta Diana–. En él interpretaba un papel de prostituta y me hacía llamar Diana Le Blanc. Solo escribía. Era algo virtual. Quizás eso y la serie de televisión “700 euros. Diario secreto de una call girl” [donde la protagonista se introduce en el mundo de la prostitución de lujo para ganar dinero] influyeron en que diera el paso”. La primera toma de contacto de esta joven, que oculta su rostro para las fotos, con el sexo de pago llegó con una casa de citas de Madrid. “Me pagaban 1.200 euros mensuales, llegase al número de clientes que llegase. A las 12 de la mañana había que estar en pie y a las dos de la madrugada una se iba a dormir. De lunes a viernes, interna en el piso. Estuve tres días. No me gustó el ambiente, aunque te trataban muy bien. Y llegué a la conclusión de que podía sacar más dinero por mi cuenta”. Fue así como decidió hacerse sus fotos y colgar varios anuncios en la Red. Su negocio ahora va como la seda.
Sin embargo, la entrada de Silvia en la prostitución fue muy distinta. Tenía 18 años cuando comenzó a bailar en una barra en Inglaterra. Era un show erótico sin nada de sexo. “Unos clientes me dijeron que podía hacerlo igual pero acostándome con hombres. Al principio me enfadé, pero me lo pensé mejor y comencé en este mundo”. Desde el principio ha sido independiente, nunca le ha rendido cuentas a nadie.
Para Diana, lo peor de su trabajo es la mentira y la doble vida. “Cuando salgo con mis amigas el fin de semana soy otra. No puedo contárselo a nadie. Tampoco justificar nada, ni siquiera meter el dinero en el banco. Eso sí, no me influye para el estudio. Lo que no me interesa recordar, lo olvido. Soy fría”. Esta duplicidad se refleja en las dos casas que tiene en Madrid. La vivienda donde cita a sus clientes está en Diego de León. Por ella paga 200 euros a la semana. Otras dos chicas, también prostitutas, abonan el mismo precio por otras dos habitaciones. De lunes a viernes duerme en la Plaza Elíptica, compartiendo piso con un compañero que no sospecha de su otra cara. El beneficio mensual que obtiene por el sexo de pago son 3.500 euros, restándole 1.400 de gastos fijos. “Todo el dinero que se mueve es negro, tanto en las casas de citas como lo que nos llevamos nosotras”, detalla.
Silvia, por el contrario, no oculta su negocio ni a la familia, ni a los amigos, ni a sus compañeros de clase. Más de un disgusto se ha llevado por ello, sobre todo en la universidad, donde han intentado chantajearla para obtener sexo gratis. “No lo han conseguido”, asegura. Su familia estuvo sin hablarle un año. “Cuando vieron que me sacaba los estudios, el trato fue normal, y así continúa, aunque no les gusta. Mi madre dice a otras personas que soy modelo para una revista de moda”, sonríe mientras lo cuenta.
Por el contrario, Silvia vive con su novio, que es actor porno, desde hace cinco años en su casa de Las Rozas. Allí ya no lleva a nadie para mantener encuentros. “Te roban cosas de casa en plan fetiche”, explica. Esta mujer, que se define como egoísta y materialista, suele tener dos citas al día. Cobra 100 euros la media hora; de 200 para arriba a partir de ahí. Eso más las generosas propinas, superiores a 100 euros, y regalos que le dejan los clientes. Cuando realiza algún viaje fuera puede alcanzar hasta los 3.000 euros. Además, sabe sacar beneficio a las redes sociales. Suele obtener 6.000 euros mensuales limpios. “También tengo muchos gastos: peluquería, uñas, lencería, ropa, coche. Se gana mucho, pero hay que mantenerse”, expresa.
Enfrentarse al futuro
De cara al día de mañana, tanto una como otra se preguntan si les quedarán secuelas psicológicas. María, la exprostituta que ha vuelto al oficio, asegura que sí. Silvia, por su parte, dice que le preocupa la posibilidad de arrepentirse, pero al mismo tiempo afirma que lo haría de nuevo si pudiera volver atrás en el tiempo. Diana prefiere quitarle hierro: “No creo que me afecte en un futuro. Al revés, se aprende mucho acerca del trato de las personas. Aprendes a vivir sola. Dependo de mí para todo. Quizás cuando tenga 50 años piense “¿qué he hecho?”, pero ahora no tengo esa mentalidad”.
El psicólogo Valentín Martínez-Otero menciona entre los problemas psicológicos más frecuentes “sentimientos de culpa y vergüenza, baja autoestima, depresión, trastornos de ansiedad, evasión a través de drogas o alcohol… muchos de estos negativos efectos pueden verse agravados por llevar una doble vida, con ocultación a la familia, de la que se pueden alejar”. Depende de cada caso, de la personalidad de la joven, de su historia emocional y de las circunstancias en que haya ejercido. Pero lo cierto es que su beneficio inmediato, al final, tiene un precio.
Fuente: eldiariomontanes.es
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