En ningún país son más visibles los estragos de la denominada dieta occidental, exageradamente rica en calorías, que en Estados Unidos. Con unos menús donde dominan las carnes y las comidas procesadas, más las correspondientes sobredosis de grasas y azúcar -«un montón de todo excepto verduras», como la define el experto Michael Pollan-, los estadounidenses siguen ocupando lo más alto de la tabla en índices de obesidad y dolencias crónicas como la diabetes, la enfermedad cardiaca o el cáncer.
Aunque la dieta mediterránea ha ido ganado terreno en las grandes ciudades, el Gobierno federal se ha movido con demasiada lentitud para promover hábitos más saludables. Una influyente herramienta como la pirámide nutricional, creada en la década de 1970, no se actualizó hasta el pasado año, y sólo después de que la comunidad médica clamara por una contundente reforma. Cuando parecía que ‘My Plate’ -el nuevo icono creado por las autoridades- había reubicado de manera sabia el lugar de cada alimento, la Universidad de Harvard ha enviado un contundente mensaje a la Administración Obama y a especialistas de nutrición en todo el mundo con la reciente publicación ‘Healthy Eating Plate’, una guía basada en las investigaciones más recientes, «sin intereses de la industria ni presiones políticas y con recomendaciones más específicas y precisas».
Harvard degrada aún más de la dieta saludable a los productos lácteos, de por sí ya restringidos en las recomendaciones del Departamento de Agricultura. Tolerancia cero, porque «su alta ingesta incrementa los riesgos de cáncer de próstata y de ovarios». Los expertos de la universidad también destacan los elevados niveles de grasa saturada de los lácteos y sugieren que las espinacas, el repollo, la col o la leche de soja son fuentes más seguras para obtener el calcio que necesita el organismo.
Mientras las recomendaciones de ‘My Plate’ no dicen de manera expresa que los granos y cereales integrales son mejores para la salud, Harvard es muy clara al recomendar que se limite al máximo el consumo de las variantes refinadas. El pan o el arroz blanco, recuerda, actúan en el cuerpo como el azúcar, por lo que comer demasiado de esta categoría de alimentos hace más difícil controlar el peso y eleva los riesgos de padecer diabetes y enfermedad coronaria.
Más verduras, menos patatas
En el campo de las proteínas, los expertos de la universidad ponen el acento en el pescado, el pollo, las legumbres y los frutos secos por su rico contenido en nutrientes. Animan a limitar la carne roja y evitar por completo la carne procesada -ayer mismo, una investigación sueca conectaba el consumo de salchichas y beicon con el cáncer de páncreas-. El catálogo de dolencias asociadas a la ingesta de estos productos de manera regular incide en todo tipo de tumores y dispara los kilogramos. Un grave error en la guía gubernamental, según Harvard, es situar a las hamburguesas o los perritos calientes como proteínas tolerables que se pueden comer de vez en cuando, además de no mencionar el hecho de que algunos alimentos ricos en proteínas son más saludables que otros.
En el campo de las verduras, el ‘Healthy Eating Plate’ promueve el consumo de una abundante variedad de estos productos frescos, un problema estructural en Estados Unidos con la sola excepción de las patatas fritas. Por tener un alto contenido en almidón de fácil digestión, las patatas tienen el mismo efecto en la sangre que los granos refinados y el azúcar; de ahí que recomienden comerlas de manera moderada y hervidas o al horno mejor que fritas. En este apartado, el Gobierno metía a las patatas en el mismo saco que las verduras, sin hacer ningún tipo de distinción. En cuanto a las frutas, ambas guías coinciden en darle la misma importancia dentro de la dieta.
Entre las novedades más llamativas, Harvard introduce el ejercicio físico en la base de su ‘plato saludable’, mientras que las autoridades de EE UU no hacían ninguna mención a ese decisivo factor de salud en su guía. (Diario Montañés)