Sedujo a Rania con unos bombones y una cena japonesa. Ella se mostraba reticente: “He oído cosas sobre usted…”. Las defensas estaban altas, pero él era un joven e impetuoso militar, de modo que prosiguió con la ofensiva. “No soy un ángel, pero al menos la mitad de las cosas que ha oído sobre mí no son más que habladurías”.
La conquista de la que sería su esposa y reina es una de las revelaciones más sorprendentes de la autobiografía de Abdalá II de Jordania, ‘Nuestra última oportunidad’, que está a punto de publicar la editorial Debate. Sin embargo, más que un libro de confidencias, pretende ser un relato sobre los últimos 40 años de Jordania y un llamamiento a la paz en el convulso Oriente Medio. Conflictos, luchas de poder, política descarnada… Historia viva en la que encuentran su espacio, en escasos pero sustanciosos episodios, la familia, los amigos y los sentimientos, aunque siempre contenidos.
La descripción de su paso por exclusivos colegios y academias militares norteamericanas descubren que su juventud fue relativamente feliz, a pesar de la ausencia de su padre, el rey Husein –para el que el honor y las responsabilidades de Estado siempre fueron lo primero– y la escasa relevancia que da a su madre, la segunda esposa del monarca, Antoinette Gardiner, conocida como la princesa Muna, en un papel puramente secundario. Los afectos de aquellos primeros años los acapara su padre y su hermano Feisal. Hasta que aparece Rania…
Era agosto de 1992 y acababa de volver de unas maniobras en el desierto. Su hermana Aisha le invitó a cenar con unos amigos. Algo informal. De manera que no se cambió las zapatillas ni la camiseta que llevaba puestas. Y allí estaba ella, tan estilosa de plebeya como luego lo sería de reina, con 22 años recién cumplidos. “En cuanto la vi pensé: ¡Caramba!”, describe Abdalá.
Ser el primogénito del monarca no era suficiente. Rania desconfiaba, así que diseñó su estrategia de aproximación con la ayuda de un amigo, al que envió para lograr una cita que, en un principio, ella había rechazado. Y volvió a hacerlo. “Entonces mandé de vuelta a mi amigo con una caja de bombones belgas”. El chocolate tuvo éxito donde fallaron las palabras dulces y los halagos románticos, de modo que poco después, acudía a cenar a la residencia del príncipe. “Decidí sorprenderla cocinando para ella”. Menú japonés: pollo, gambas y ternera “al estilo de la cadena de restaurantes estadounidenses Benihana”.
Eso fue en noviembre. El 30 de enero la invitó a su cumpleaños, donde conoció al rey, con el que congenió de inmediato. Le pidió la mano en Tel al-Rumman, una montaña a las afueras de Ammán, a la que fueron durante un paseo en coche. “Yo habría esperado una proposición mucho más romántica, pero lo cierto es que, cuando estábamos hablando fuera del coche, le dije que nuestra relación iba cada vez más en serio y que veía que podíamos casarnos. Rania me miró, sonrió y no dijo nada”, lo que él interpretó como un sí.
El 22 de febrero anunciaban su compromiso –en cinco meses la suspicaz Rania se había convertido en una mujer entregada– y el 10 de junio de 1993 se casaban en una espectacular ceremonia organizada por el rey Husein, empeñado en hacer del enlace un acontecimiento de Estado, en contra de los deseos de la pareja. Cuando regresaron de su luna de miel –Hawai, Tahití, Bora-Bora y la costa este de Estados Unidos–, los asistentes de la Corte habían preparado para ellos un sencillo apartamento junto al Palacio Real: sala de estar, comedor y dos dormitorios.
“Vivir al lado de mi padre supuso que le viéramos a menudo, y le permitió a Rania y a él llegar a conocerse mejor. Aquella proximidad al rey hizo que algunas personas se volvieran envidiosas, lo que la obligó a ser extremadamente diplomática”.
Por entonces, Husein ya había sido tratado con éxito de su primer cáncer linfático, sin embargo, la enfermedad del monarca hizo pensar a muchos en la sucesión. La lucha por hacerse con el poder comenzaba a vislumbrarse, aunque aún tardaría cinco años en alcanzar su más despiadado apogeo. Entonces, el príncipe heredero aún era Hassan, hermano de Husein, nombrado por éste en 1963 para asegurar el futuro de una monarquía que entonces peligraba por la guerra y las amenazas de atentado contra el soberano.
Excluirlo de la política hizo que Abdalá disfrutara de autonomía personal y pudiera centrarse en su carrera militar. Según reconoce en su autobiografía, ni aspiraba ni esperaba llegar a ocupar el trono. Pero a partir de su boda y de la enfermedad del rey, su padre lo convirtió en su mano derecha y pupilo. Le otorgó cada vez más responsabilidades y le inculcó más que nunca los códigos en los que él había basado su monarquía: compromiso, diplomacia y honor.
Un episodio ilustra esta etapa de aprendizaje. Durante una visita de Isabel II a Jordania, Husein asignó personalmente a su hijo la seguridad de la soberana británica con estas palabras: “Si alguien dispara a la reina, te pondrás delante. Y si eso significa perder tu vida para proteger a nuestra invitada, lo harás si tienes agallas. ¡De lo contrario, yo mismo te pegaré un tiro!”. Esa preparación se puso a prueba mucho antes de los esperado. En julio de 1998, el rey hizo una declaración pública desde la clínica Mayo, en Estados Unidos, en la que confirmaba los rumores que circulaban por su país: el cáncer se había reproducido.
Abdalá recuerda cómo, ante los malos pronósticos, las fuerzas que aspiraban a hacerse con el poder comenzaron ya una indisimulada batalla. Acusa a su tío, Hassan, en eso momento todavía el heredero, de intentar controlar al Estado Mayor del Ejército mientras su hermano estaba ausente, al tiempo que reconoce implícitamente las maniobras de la reina Noor para que su primogénito, Hamzah, llegara a ocupar el trono.
El rey jordano menciona varios artículos de esos días publicados en la prensa internacional en los que se relataba esa sucia disputa, y él en ningún momento desmiente los detalles, solo se limita a lamentar los hechos: “Me consternaba ver nuestros problemas privados aireados en las primeras páginas”.
Pero no era solo la Corona lo que parecía estar en juego, según asegura el propio Abdalá. Cuando Husein regresa ya muy enfermo a Ammán, adelanta confidencialmente a su hijo que ha decidido cambiar la línea de sucesión a su favor, indignado por las maniobras de su familia, pero le advierte: “Por tu propia seguridad, yo te aconsejaría que hicieras príncipe heredero a Hamzah, aunque en última instancia depende de ti. Pero ten mucho cuidado”.
Husein impuso su voluntad, en gran medida gracias al apoyo del Ejército, y tras su muerte, en febrero de 1999, Abdalá fue coronado rey. Hassan quedó apartado de la Corte y Noor mantuvo el título de reina de Jordania. Aparentemente, ésta había encajado con estilo su derrota, sin embargo, en marzo de ese año Rania fue proclamada reina. Este segundo golpe fue demasiado para Noor, que decidió abandonar el país rumbo a Estados Unidos.
“Rania y yo le ofrecimos llevarla al aeropuerto –recuerda el soberano–. En los días inmediatamente posteriores a la muerte de mi padre nuestra relación se había hecho más profunda que nunca, pero en el camino pude percibir que algo había cambiado. Noor era cortés, si bien muy formal y reservada, y aquel fue un viaje incómodo. Nuestra relación ha sido fría desde entonces”.
Ya no habría más obstáculos en su camino, ni en el de Rania para lograr un protagonismo incómodo en el mundo árabe y deslumbrante en Occidente. Aunque un atentado frustrado de Al-Qaeda, hasta ahora mantenido en secreto, estuvo a punto de costar la vida a toda su familia durante unas vacaciones en Grecia en el verano de 2000.
Hoy, según se percibe en su autobiografía, a Abdalá le gusta verse como un rey popular y reformista, un rey del pueblo… Incluso un rey entre el pueblo, porque admite que en muchas ocasiones se disfraza para conocer desde el anonimato la realidad del servicio en hospitales y escuelas, o el trabajo de policías y otros funcionarios, lo que provoca con frecuencia que se multipliquen los supuestos ‘avistamientos’ reales por todo el país.
Probablemente no es casual que la publicación de este libro, que al final pretende ser una eficaz campaña mediática, coincida con las convulsiones políticas que se han llevado por delante a varios regímenes árabes. Por eso desde sus páginas traza un perfil propio de hombre de Estado y vuelve a ofrecer una imagen familiar idílica, con Husein, el primero de sus cuatro hijos –de los no da ningún detalle significativo–, como príncipe heredero y promesa de estabilidad de la monarquía –finalmente no siguió la advertencia de su padre– y a la reina Rania, como la mejor compañera que nadie pueda imaginar.
Fuente: eldiariomontanes.es
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