El estreno bursátil más esperado de la década, de una marca conocida a escala mundial y con la demanda disparada, dirigido por los tres bancos más poderos de Wall Street y en el mercado de acciones preferido por las firmas tecnológicas. La llegada de Facebook de la mano de Morgan Stanley, Goldman Sachs y JPMorgan al Nasdaq no podía ir mal. Pero la locura previa que acompañó a la operación acabó en desastre.
Un fiasco en todo caso parcial, según como se mire. El inicio de la aventura de la red social en el parqué tiene tres ganadores. Por un lado, el inversor corriente, que en el segundo día de Facebook en el mercado ya podía comprar cuatro dólares por debajo de los 38 en los que se fijó el precio de salida y ocho más barato del valor de la primera operación (llegó incluso a 45 dólares en su primer día de cotización). El pasado viernes cerró en 31,91 dólares.
El otro es el New York Stock Exchange (NYSE), que aunque se mantiene prudente estos días, utilizará lo sucedido para presentarse como el mejor mercado para realizar este tipo de operaciones. Y, por su puesto, los dueños originales de Facebook, que lograron que la oferta se hiciera al precio más alto de la horquilla establecida para la salida, aprovechando el frenesí por hacer dinero fácil con su éxito.
¿Qué pudo ir tan mal como para que la acción cayera a 30,5 dólares en tres días? Con la respuesta emergen los perdedores. El primer dedo señala al Nasdaq por el retraso que sufrió la colocación debido a problemas técnicos. Ahí comenzó la negatividad, alimentada por un factor de fondo. Facebook debutó con una valoración que superaba 100 veces sus ingresos trimestrales.
El salto inicial del 10% fue un buen comienzo. Sin embargo, los inversores institucionales esperaban una subida mucho mayor, hasta superar los 50 dólares. Hubo quien apostó incluso que casi doblaría el valor, como pasó con Groupon el día de su estreno. Eso habría situado la capitalización de Facebook al nivel de Google, la firma más potente de Internet.
Pero, para que eso se cumpliera, el inversor corriente debía entrar en el juego. Y no lo hizo. Esencialmente, no se creyó que la compañía valía 104.200 millones de dólares, y mucho menos los 116.000 millones con los que empezó a cotizar. La demanda se vino abajo y comenzaron las cancelaciones de órdenes de compra en masa, lo que impidió a su vez saber cuál era el valor real de la acción.
Facebook puso así en evidencia una situación ya conocida. Las operaciones de salida a Bolsa son un proceso falto de transparencia y acotado a los grandes jugadores del casino de Wall Street. Son las compañías que venden las acciones, junto a los bancos que dirigen la colocación, quienes deciden cuánto vale la sociedad. Los clientes de estos últimos compran esas acciones y las venden al público.
Otro factor que alimentó el círculo vicioso fue la decisión de los primeros inversores en Facebook, como Goldman Sachs, de ampliar el número de acciones de las que iban a desprenderse, lo que no solo relajó las cosas por el lado de la oferta, sino que creó algunas sospechas sobre sus verdaderas intenciones. A todo se sumó el anuncio de que General Motors dejaría de pagar publicidad en la red.
El público general no se dejó llevar por la locura que se venía anticipando desde hace meses y optó por mantenerse al margen, para no comprar a cualquier precio y quedar atrapado. Y al haber más acciones disponibles en el mercado, es más fácil comprar al valor que se quiere. El precio actual estaría ya en la primera banda de referencia, de 28 a 34 dólares.
El hecho de que el Nasdaq no fuera capaz de procesar todo el volumen de operaciones potenció aún más la espiral. Eso enfureció a los inversores institucionales, que ahora buscan culpables. La carga se dirige hacia Morgan Stanley y el resto de bancos participantes, a los que acusan de diseminar información sobre el negocio de Facebook de forma selectiva. Lo real se impuso a lo virtual. Pero para que el público en general decida comprar a un precio más alto, es Facebook quien debe demostrar que su negocio justifica al menos los 38 dólares. Los últimos datos revelan que la compañía está cada vez más cerca de su punto de madurez y que el tiempo que pasan sus usuarios en la red ya no aumenta en países como EE UU.
No solo eso. En una de las actualizaciones del folleto de la OPV, Facebook admitía que el paso del ordenador a los dispositivos móviles está sucediendo más rápido de lo esperado y ese es uno de sus puntos vulnerables. Por tanto, los ejecutivos de la red social deben hacer más para que no se le escapen más anunciantes potentes y evitar una caída de los ingresos.
Si, por el contrario, el inversor cree que Mark Zuckerberg y el resto de su equipo darán con las pócimas para llevar la publicidad de forma efectiva a los teléfonos y las tabletas, Facebook podría ser un valor seguro de compra a largo plazo. En julio, cuando presente resultados, estará todo algo más claro y se verá si las indicaciones de mayo son un motivo de preocupación real.
Y mientras la reputación de Morgan Stanley y del Nasdaq está en juego, lo que parece claro es que las próximas tecnológicas que quieran dar el salto a Wall Street se lo tendrán que pensar mucho. Es pronto para hablar del estallido de la burbuja de las puntocom sociales. Pero el frenesí inicial que acompañó a LinkedIn, Groupon, Zynga y Pandora se esfumó. Volvió el riesgo.
Fuente: tecnologia.elpais.com/